La AEI nunca se demoró en dar un paso adelante. Esto se debía a dos
razones, la primera y obvia, porque podían. La cantidad de presupuesto
que tenía a su disposición no se había visto jamás en el campo de la
investigación científica. Por otro lado, había una necesidad de lograr
objetivos que le venía impuesta a la agencia desde arriba, pues por
encima de la Junta Directiva había unas pocas mentes preclaras que
sabían que la paz del planeta pendía de un hilo.
Tomaron la Unión Europea como ejemplo, y así como la UE logró pacificar un
continente que se había aficionado demasiado a combatir durante milenios,
supieron que pacificar el mundo dependía de poner objetivos comunes para todos.
Dichos objetivos se cumplieron y con ello se vio los resultados. El Anillo y la
expedición marciana fueron los mejores ejemplos, pero la tragedia de Marte puso
en peligro todo lo obtenido. La AEI necesitaba dejar atrás ese revés y poner en
marcha nuevos (y mejores) resultados si no quería echar todo por tierra.
Aunque algunos tiraron la toalla, el grueso de los inversores tanto públicos
como privados de la AEI tenía los ojos puestos en un exoplaneta.
Afortunadamente, una brillante física llamada Sophie Rozier tenía la solución
teórica y logró lo que todos fantaseaban: encontrar la forma de transportar
materia de forma instantánea de un lugar a otro. Claro está, pasar de
transportar una molécula de titanio unos 12.000 km en línea recta de un
laboratorio a otro, a transportar una nave espacial a otra galaxia era jugar en
otra división.
Sin embargo la AEI necesitaba resultados inmediatos y no reparó en gastos. Las
mejores mentes de la agencia diseñaron un escenario factible con la tecnología
de la que disponían. Mientras realizaban sucesivos experimentos para transportar
estructuras cada vez más complejas y grandes, y materia orgánica para dar paso a
pequeños seres vivos, fueron construyendo y programando un convoy de sondas
espaciales que serían capaces de trabajar de forma autónoma. La clave estaba en
que todas las sondas pudieran comunicarse eficientemente y tuviesen la
programación necesaria para cualquier escenario. Y sensores. Las sondas debían
recopilar todo tipo de información para ello: luz, UV, infrarrojos, temperatura,
gravedad, aceleración, distancia...
El principal problema era que para abrir el agujero de gusano (también llamado
puente Einstein-Rosen) con un colisionador de hadrones en órbita lunar se
requería inyectar una gran cantidad de energía para configurar el punto desde el
cual se saldría de dicho agujero. La misma cantidad se necesita desde el portal
de salida, para poder cerrarlo de forma segura. La consecuencia -según la teoría-
de no cerrarlo adecuadamente es que la falta de energía se supliría generando
materia oscura, si bien la rapidez en la que todo ocurriría daría lugar
seguramente a un agujero negro de antimateria. La AEI, dispuesta a jugar con
fuego, con plasma, y con muchas otras sustancias peligrosas pero no con un
agujero negro de antimateria tan cerca de la Tierra, se aseguró de que la
primera sonda en atravesar el agujero de gusano pudiese apartarse de la
trayectoria del convoy, frenar en seco y emitir la energía necesaria para un
cierre adecuado.
Claro que frenar en el espacio es más fácil decirlo que hacerlo, pues todo viaje
espacial funciona con inercia. Aún así, se pudo no sólo diseñar todo, sino
llevarlo a cabo a la perfección. Las sondas atravesaron el portal abierto en la
órbita lunar, aparecieron en una galaxia a cientos de años luz del Sistema
Solar y llevaron a cabo todo su trabajo sin necesitar respuesta por parte de los
técnicos de la AEI. Cerraron el portal de salida, se desplegaron formando un
nuevo colisionador de hadrones en la órbita de la luna de Kepler, se comunicaron
entre sí para comprobar que todo iba bien, tomaron las medidas necesarias de
tiempo, luz, distancia, temperatura y gravedad tanto de la luna como de Kepler,
y abrieron el portal para que la sonda que portaba a un hámster volviese al
Sistema Solar con toda la información recabada.
El siguiente viaje no necesitó tanto trabajo, pues la sonda que cerró el portal
la anterior vez conservaba energía para un cierre más, acción que llevaría a
cabo con tan solo una orden que recibiría de la siguiente nave que viajaría al
sistema Kepler. Y esa siguiente misión ya estaría tripulada por personas.